domingo, 2 de octubre de 2011

Relato - En el parque

Lo viste desde muy lejos, mucho antes de que cruzara el rectángulo empedrado que separa la calle de esos columpios. La conversación no requería tu atención, pero fingiste estar muy interesada, contemplando de reojo su espléndida figura a la que los años no parecían haber restado nada. Caminaba charlando con aquella niña; su hija, supusiste. En realidad lo ignorabas todo de él en los últimos años; lo habías visto alguna vez con su mujer, lo recordabas paseando un coche de bebés, pero de aquello hacía ya ¿cuántos años? Difícil decirlo. Tal vez los ocho o nueve que la niña aparentaba. Tal vez más. Tal vez no.

Supiste el momento exacto en que te vio porque se quedó parado, con aquella mirada serena que siempre tuvo clavada en ti, mientras su hija tironeaba de la manga para llamar su atención. Reíste de un tonto chiste de tus amigos, impecablemente divertida, sonriente porque siempre supiste que tu sonrisa lo desarmaba. El dudó si interrumpir, y entonces tu mirada vagó distraída por el parque, hasta que se detuvo en él, y su gesto pareció sorprenderte como si realmente acabaras de verlo. Le saludaste con la mano, le sonreíste con afecto, y volviste tu atención al grupo de conocidos con los que te habías encontrado aquella mañana.

Si hubieras contado los segundos, sabrías que fueron más de los tres que creíste los que permaneció mirándote, deseando acercarse a ti y hablar de los viejos tiempos, tal vez decirte que estás estupenda, que sigues siendo tan atractiva como recordaba; que ahora que está separado le gustaría quedar contigo para saber qué ha sido de tu vida, invitarte a salir al teatro, que todavía recuerda cuánto te gustaba, y tal vez, quién sabe, retomar lo que hubo hace ¿cuántos? ¿veinte años ya?

Pero no volviste a mirarle, ocupada en demostrar lo feliz que eras en tu vida. El se despidió, aún esperando un gesto tuyo que permitiera que vuestras vidas se entrelazaran de nuevo, pero cuando pronunció tu nombre sonreíste y dijiste adiós con la mano. Te devolvió la sonrisa y se alejó, y te quedaste mirando, esta vez sí, cómo desaparecía de nuevo de tu vida con suavidad, sin ruido, sin rastro.

Y ahora no lo sabes. No sabes qué era lo que él pensaba de ti, lo que quería pedirte, lo que deseaba contarte. No sabes qué sucedió en su momento, qué fue lo que no funcionó a pesar de tus intentos y tu dolor. No sabes lo que pudo ser, lo que has dejado escapar entre tus miedos y tu orgullo, ni sabes si dentro de veinte años tendréis otra oportunidad.

No lo sabes, y no te importa. Imaginas que lo que has querido ver en su mirada es cierto, y eso te vale. Eso lo cura todo. Y te vas del parque, sabiendo que el domingo que viene buscarás otro lugar donde pasear y soñar, lejos de la realidad donde has comprendido que él habita. Eso sí lo sabes, y el resto no importa.