lunes, 13 de mayo de 2013

Segunda reflexión tras un café con Miranda Kellaway (II)

La segunda reflexión de aquella tarde viene ligada a algo que nos sucedió poco después de tomar el café, y que a su vez tengo que poner en relación con un comentario que surgió en Llodio, con ocasión de la charla que di por el día del libro.

Aquel día también mencioné -por encima- el tema de las portadas, y aludí a lo que es un comentario recurrente en los foros de romántica a cuenta de las mismas, y es que no son pocas las lectoras que en ocasiones han forrado el libro para no atraer la atención sobre el mismo.

Uno de los asistentes, que trabaja en la librería de unos importantes grandes almacenes, discrepó conmigo, porque -me dijo- las mujeres que acuden a comprar libros de romántica no se avergüenzan de sus lecturas, sino que solicitan los libros que les interesan sin ninguna duda ni apuro. Aclaré que yo sólo me refería a las portadas, no al género en sí -¡hasta ahí podíamos llegar!-, y que para comprobar lo que yo decía sólo tendría que ver que el tema de las portadas es de los más habituales y discutidos en los foros y webs especializados.

Pero hete aquí que, cuando terminamos el café, Miranda y yo fuimos a esos mismos grandes almacenes -sí, el mundo es pequeño- en busca de una novela que ella quería llevarse a Kent. Y cuando estábamos junto a la mesa de romántica, se me ocurrió decir: "mira, justo lo que hemos comentado" señalando una portada de vestido resbalando -porque, si recordáis el primer post, de esto estuvimos hablando-, y para mi total sorpresa, la mujer que estaba junto a mi con una de esas novelas en la mano, se gira y me dice, desafiante: "sí, una porquería, pero para entretenerse media hora son estupendos".

Reaccioné justo para contestarle que nosotras no sólo las leíamos sino que las escribíamos, pero eso no la suavizó demasiado; me miró de arriba abajo, y se fue.

Y aquí es donde viene mi segunda reflexión. Efectivamente, esa mujer no parecía avergonzarse de comprar romántica -luego la vi en la caja, donde estaba pagando cuatro novelas del género, trade además-; o al menos, quien la viera levantando la barbilla con orgullo para contestarme podría pensarlo así. Pero lo curioso es que yo no había dicho nada de nada sobre el género, ni sus lectoras, y sin embargo, ella se sintió en la necesidad de defenderse, de reivindicar su afición por la novela romántica frente a una frase que ella sintió censora, como si proviniera de la fiscal de la lectura adecuada y respetable.

Y me pregunto, ¿es que es concebible algo así en cualquier otro lineal, estante o mesa? ¿Es que alguien se imagina que si me acerco al lugar donde reposan los cómics y digo, señalándolos: "mira, lo que hemos comentado", alguno de los jóvenes y no tan jóvenes que los están ojeando, se daría la vuelta para defender el carácter cultural, divertido o subversivo de los mismos? Por no hablar del resto de géneros...

Como dije en Llodio, si este tipo de lectura es mirado por encima del hombro por la "Literatura" culta, bueno, hasta puedo llegar a entenderlo. Lo que no acabo de entender es que el resto de géneros "comerciales" -y sus lectores más ortodoxos- hagan lo mismo.

Cierto que no debería generalizar ante un hecho que bien puede ser aislado, puntual, pero la verdad es que nunca hasta ahora me había ocurrido que un desconocido se sintiera obligado a defender ante mí cualquiera de sus aficiones. ¿Creéis que este efecto se da? ¿Nos excusamos en ocasiones, defendiendo el carácter "cultural" de la novela romántica? ¿O estoy sacando conclusiones erróneas, extrapolando algo que no es extrapolable?

Lo cierto es que, desde un punto de vista empírico, fue una experiencia impagable. Es más, estoy segura de que, si no fuera porque Miranda puede dar fe de que las cosas fueron así, más de uno pensaría que me lo he inventado para poder escribir este post. Pero por fortuna, puedo poner a la Kellaway por testigo de que las cosas fueron tal como las he contado. Qué suerte...

domingo, 5 de mayo de 2013

Dos reflexiones tras un café con Miranda Kellaway (I)

El martes pasado tuve la gran suerte de poder conocer en persona a Miranda Kellaway, y tomar un café con ella en Bilbao. Y a raíz de esa tarde, de nuestra conversación y de lo que nos sucedió en una librería en la que buscábamos un libro, quería compartir dos reflexiones, ambas relacionadas con el estigma que arrastra la romántica.

Como Miranda es una persona encantadora, inteligente, cálida y risueña, la tarde de charla dio para bastante. Entre otras muchas cosas (muchísimas, ejem), hablamos un rato de las portadas de la novela romántica, de las que nos gustan y las que no, de por qué aún seguirá habiendo portadas de vestidos resbalando por el hombro y torsos al descubierto, y de cómo y cuánto un planteamiento diferente, el de las novelas eróticas del género romántico -portada sobria con un único elemento, destacado sobre el fondo- ha contribuido al éxito de las mismas.

Yo tengo pocas dudas de que son una parte enorme de su éxito. Esas portadas (la archifamosa trilogía de las Sombras, las de Silvia Day, Megan Maxwell...) son las que han hecho que personas ajenas al género romántico -que posiblemente sentirían un estremecimiento ante la idea de llevarse una portada de hombro o torso al descubierto- hayan comprado sin ninguna aprensión estas novelas.



Ya sé que no es solo la portada, pues de repente leer estas novelas tiene un punto transgresor y hasta moderno -¡uau! que diría la de las sombras- que no tiene el resto del género romántico, del que la imagen es mucho más "casposa" Pero estoy convencida de que esas portadas "modernas" y neutras son las que han acabado de convencer al gran público, que es el que por supuesto ha determinado que sean superventas, de que estas merece la pena arriesgarse con las mismas.


Recientemente, una persona me ha dicho que será porque, en realidad, esas novelas no son género romántico. Desde luego, no era un lector habitual ni habituado a romántica. Porque cualquiera que haya leído este género, incluso de manera esporádica, puede ver que el esquema fundamental de las mismas es el de la romántica, y es la historia de amor entre los protagonistas el que vertebra las obras. El sexo en ellas es el añadido vistoso, el reclamo, pero por supuesto, ninguna de las mencionadas es Historia de O (Y ojo, que en este maremágnum que ha supuesto la publicación obligada y casi forzosa por las editoriales de novela erótica, en busca de ventas, sí hay de todo, incluso alguna que no contiene historia de amor en absoluto sino BDSM puro y duro. Pero no son las mencionadas)



Un gran acierto, el de esas portadas. Así pues, ¿por qué no se traslada a la totalidad del género romántico? Esa pregunta, para la que no tengo respuesta, sólo una intuición, me la han hecho en las dos charlas en las que estuve hace unos días. Pues sí, tiene razón, muchas de las portadas de romántica siguen siendo casi sonrojantes; pero lo cierto es que el camino que podíamos llamar de "dignificación de portadas" se ha iniciado ya hace tiempo en muchas editoriales.

Fundamentalmente, estoy pensando en P&J, cuyas portadas para Foley, Kinsale, Thomas o Kenyon (aunque en esta última hay de todo, pero al menos sí hay un sentido de unidad) han sido reconocidas de manera unánime por las lectoras de romántica como las mejores, año tras año (para comprobarlo, sólo hay que darse una vuelta por las web especializadas) Pero también hay que reconocer el esfuerzo en algunas portadas de Versátil, por ejemplo, y por supuesto, Vergara, de Ediciones B.



Porque lo más curioso es que las portadas que sugieren "escenas de cama" y que sonrojan a muchas lectoras tienen mucha más aventura, dialogo y amor que sexo; y aquellas que destilan sexo, o sea, esas de las que he hablado, tienen portadas totalmente sobrias y perfectamente respetables.

¿El mundo al revés?




La segunda reflexión, en el próximo post.